Lo inclasificable sufre el riesgo de quedar suspendido en el aire, sin un terreno firme al que pertenecer. Nanda Vigo habitó esos márgenes, quizás por su perfil interseccional, quizás por su ingenio más veloz que el coetáneo. Ni arquitecta; ni artista; ni diseñadora, sino todo al mismo tiempo. Desde esa tierra de nadie, la multifacética italiana mantuvo viva su estela y proyectó una peculiar percepción de los espacios, de la materia y de la iluminación, alzándose con el apodo que la haría tan eterna: la signora della luce.