Pocos han sabido desprenderse de todo como Diógenes de Sinope, que vivía en una tinaja con un manto, un báculo y un zurrón. Quizá quien más se le haya acercado en ese radical beatus ille fuera Ludwig Wittgenstein. Ahora, el español Dionisio González acaba de homenajearlo ideando retiros anfibios en los imponentes fiordos noruegos.