Aplicado con abuso en el léxico arquitectónico de las más recientes décadas, el término edificio icono ha acabado convirtiéndose en un sinónimo equivalente a arrogante o vacuo efectismo. El “edificio icónico” que comenzó a exaltarse en la década de los 90 como triunfo creativo y agente transformador de la ciudad—y que en muchos casos realmente lo fue— derivó en una fiebre de exceso que banalizó el significado de ese concepto.